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Euphoria I
[Ella]

Euphoria no es una fragancia de precio desorbitado. No es una canción de la estrambótica Gaga. No es la nueva de Woody Allen. Ni una novela negra sobre chupasangres. Pero dejemos de numerar lo que no es y centrémonos en lo que sí es:

Es preciosa. Y más que eso. Es increíblemente sexy, de los pies a la cabeza. Tanto, que nadie puede evitar sentir un regusto de sexo en las enzimas de su lengua, mezclado con el presunto sabor de un cuello de cisne. Belleza y lívido. Miradas escurriéndose por sus pechos, resbalando hasta sus caderas, bordeando cada una de sus curvas. Bocas y garras quieren hacerla suya, herirla, pero se contienen porque la ética prevalece frente al instinto animal. Se obligan a pensar en sus amantes y esconden la excitación bajo un disfraz de hombre adulto que ha cometido el error de pasar por la calle equivocada en el momento inadecuado.

Es única. Pero no en su especie, porque no hay nadie equiparable a ella. Ni si quiera parecido. ¿Que no te lo crees? Bastaría con preguntárselo a cualquiera digno de llamarse hombre y que la haya mirado no más de dos segundos sin derretirse bajo la piel. Sin enzarzarse en la batalla contra sus propias ansias de devorarla en cualquier esquina. Y yo lo sé, sé que no hay varón capaz de hacerlo, porque en su día yo también sucumbí ante ese canon de belleza, también la vi pasear por la oscuridad como si fuera la reina de la noche. La vi agitar sus muslos sobre la calle, sentí el impacto de sus tacones sobre el suelo y una sonrisa de lince destartalado, que se creía león.

Es mía.  La vi llegar por el horizonte, como de costumbre: yo apoyado en una farola que centelleaba ahora sí, ahora no y ella viniendo hacia aquí como fiera que era, con la mirada clavada en mí, sonrisa en la cara. Caminaba de forma casi felina, como una pantera negra acechando a su próxima víctima, esperando el momento idóneo para saltar sobre ella y devorarla como el trozo de carne que era. Avanzaba a paso ligero, elegante. Garras camufladas en los bolsillos de un pantalón de cuero apretado, rizos rojos cortando el viento, ganas de hacerlo.
Aquí y ahora.

Entre nuestros cuerpos la distancia era cada vez menor, el ansia de tocarnos cada vez mayor. Una farola se encendió a su paso, como aposta, queriendo iluminar su bello rostro. Su piel mortecina resplandeció bajo su luz, el carmín de sus labios se encendió como un fuego rápido y sus cabellos ardieron. Estaba tan cerca que puede ver como sus ojos verdes me desnudaban sin escrúpulos.

Cuando estaba a punto de saltar sobre mí, un desgraciado sin nombre se cruzó entre los dos y la frenó. Se presentó ante ella con el débil tartamudeo de alguien que busca no ser ignorado. Siempre comienzan con un "T-Te he visto p-por aquí una par de veces…". Los más valientes incluso se atreven a mirarla durante algo más de una milésima de segundo. Este era un de ellos. Permanecía en su sitio, con gesto casi suplicante, haciéndose cada vez más y más pequeño al lado de ella, que permanecía con el rostro impasible.
      ─Valiente imbécil. ─Lo fulmina.

Y por fin viene a mí, ansiosa. Se abalanza sobre mi boca, que se calcina nada más entrar en contacto con sus labios borgoña. Me acaricia con su lengua hambrienta, me hace creer que sólo me necesita a mí y que lleva una larga temporada sin besar a nadie más como me besa a mí.
      ─Llegas tarde... ─Susurro.

Después la beso de forma devastadora, como queriendo devorarla. Casi tiene que empujarme con sus uñas negras para que me despegue de ella, y me señala con la mirada al muchacho de antes, que nos observaba desde la acera como un muñeco de trapo, en silencio y asistiendo a su propio derrumbamiento, porque el proceso de empequeñecimiento no se había detenido y él ya sólo era una partícula minúscula que seguía menguando y menguando sin parar.
    ─De no ser por todos esos babosos de los que me he tenido que ir despegando habría llegado a tiempo.  ─Me explica, mirándole.
      ─Eh, tú. ─Avanzo unos pasos hacia él sin ningún tipo de lástima─ Piérdete, ¿quieres? 

Unos brazos blanquecinos me abrazan el pecho desde atrás, mientras el chico se escurre calle abajo como la lagartija que era.
Noto unos labios que se abren bajo mi nuca en forma de exhalación:
       ─Hueles a sexo. ─Sus palabras burbujean contra mi piel y recorren mi espinazo a modo de escalofrío─ Anda, vámonos ya… ─Uno de sus dedos fríos se desliza bajo mi camiseta y se tropiza, como en un descuido, con mi pezón.


Es Euphoria.