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La muerte de un planeta


Camina despacio. El ritmo en las venas. La sangre en cualquier otra parte. ¿De verdad que... no tiene sangre en las venas? Pues no. Adiós glóbulos rojos, adiós glóbulos blancos, adiós plaquetas. Porque este chico no cicatriza. Es como esa gente que camina, sólo camina. Con los brazos lánguidos, la cara más larga que la corbata. Pero con ritmo. Tempo. Tristes, sus piernas caminan una balada. Hasta que los últmos acordes se apagan. Sus pies terminan la canción. Pero, delante de él, comienza otra. Es una mujer con nombre de planeta. Se llama Venus. Los fieles la consideran una diosa.Venus sonríe sardónica. Como siempre, y como siempre su perfil griego se contrae hasta rozar la perfección. Venus es de esa extraña raza de mujeres que se encuentran tan seguras de sí mismas que asustan. Son insoportables y se encantan. Venus es un rock comercial. Es decir, que no es tan Ella como Ella cree. Que puso a su originalidad en subasta y la perdió. En cambio, él, nuestro triste bailarín, es Stairway to heaven. Suave, pero dispuesto a pegar fuerte.
      —Lo lamento, Venus. No te puedo mirar directamente a los ojos porque... —la mujer con nombre de planeta sonríe orgullosa a su estrella. ¿Por qué no puedes levantar la vista, cariño? Ah, sí. Es porque soy superior no puedo porque... Porque como algunas veces en la vida, quien está detrás de ti es más grande y brillante.
       Suenan nuevos acordes. Él se va dirección Vodafone Sol, y Doña Lucero del Alba se apaga de golpe. Y atardece. Pero ya lo habían avanzado los entendidos: se habían encontrado un planeta y una estrella. La cosa no saldría bien. Vaticinaron que al principio saltarían chispas, que al final acabarían quemados.

¿No lo entiendes verdad? Un planeta y una estrella no parece una unión tan arriesgada... pero fíjate en la Tierra. La interacción entre nuestro planeta y la luna causa mareas que alteran el nivel del mar (¡y casi más que a las mujeres!). Pero sé que aún necesitas más. Que ya me estás poniendo pegas, replicando que la luna es un satélite. Que Venus era un planeta. Pues déjame contarte una historia cuyo protagonista atiende al nombre de WASP-12b. Exacto, es extranjero. Concretamente vive a 100 años luz de la Tierra. Es un planeta. Como principal objeto de invesigación y plataforma intergaláctica, WASP-12b recibía a sus fans, los de las escafandras, y les dejaba que buscaran agua en él. A su lado, una estrella solitaria, se enamoró de su atmósfera. WASP se acercó a ella sin miedo, como el depredador que era. Y es que, ¿qué es una estrella débil y titilante al lado de un planeta de luz perecedera y en vías de ser considerado habitable? Así, acabó acercándose tanto a aquella estrella, que entre los dos originaron enormes fuerzas que distorsionaron la forma de WASP y le proporcionaron una muy similar a un balón de rugby. Esta deformación generó fricciones en su interior, las fricciones generaron calor y este, finalmente, produjo la expansión del planeta. WASP ahora era más grande, más fuerte, y, sobre todo, más orgulloso. WASP se dilató tanto, que ahora ya no es capaz de contener su propia masa en contra de la atracción de la estrella.

Ahora, cada segundo que pasa, WASP pierde seis millones de toneladas de masa. Si el proceso continúa a este ritmo, toda la masa del planeta habrá desaparecido en diez millones de años. ¿Y sabéis que es lo mejor? Que casi todo el material que se desprende del planeta acaba en la estrella. Que ahora ella es más grande, más sabia, más fuerte, más dura. Ahora es Starway to Heaven. Y le está cantado adiós a su Venus.


¿Sabéis lo que significa que una escritora (en este caso proyecto chuchurrío de) rompa una relación? Yo tampoco. Y siento que vayáis a comprobarlo. Hasta la próxima entrada... Y a ti,  leas o no leas esto, quiero decirte que esta es el último relato que te dedico. Mucha suerte con encontrar a la chica perfecta, a una que no fuera tan insoportable como yo. Yo ya te había encontrado. Y te he perdido. Nos hemos perdido. 

Posdata: WASP existe.

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Grace Kelly ha muerto

¡Hola! Hace un mes que no asomo la cabecita por aquí. Estaba saltando el bache de los exámenes finales y, bueno, una vez hecho me apetecía la verdad es que me apetecía descansar unos días... Vamos, que "perezosa" es mi segundo nombre. Este relato lo envié a un concurso de relatos de 200 palabras cuyo tema era "El cine". Para los que no me conocéis, me encanta el cine. Mucho. Demasiado. En mi caso, he elegido el cine en blanco y negro y hay muchas referencias a celebridades de los cincuenta que espero reconozcáis. Ahora mismo os dejo con el relato pero antes una sorpresa. He abierto un segundo blog de microrrelatos. Allí hay una primera entrada que explica el funcionamiento del mismo. Rápidamente os avanzo que es un proyecto para que todos participemos, sí, sí, tú también. Este es el link. ¡Hasta la próxima entrada!

13 de septiembre de 1982. En la mesa que hace esquina, comienza el juego de los sábados. El sonido de la tele queda relegado a ruido de fondo.
 ─¿Quién no relaciona a Humphrey Bogart con gabardina y borsalino?
 ─A Marilyn Monroe con el vestido del metro…
 ─A la Garbo con Mona Lisa.
 ─¡A Gene Kelly con los aguaceros!

El joven tras la barra, armado con un paño mugriento, acababa con una mancha reseca de brandy.

Ella entró enredada en un pañuelo largo, el pelo revuelto y la falda inquieta. Se sentó al otro lado de la barra y pidió un café con la mirada entretenida en cómo sus manos trataban de arreglar el desorden. Él se quedó paralizado, olvidó quién era, qué hacía, dónde estaban. Se perdió en el camino de la taza a los labios. Ella olía a rosas y a laca, lucía perlas en el cuello, y en la boca.

 ─Grace Kelly con… ¡sacrificio! O elegancia. ¿Distinción?

En la esquina del bar no se daba tregua a aquel juego. Y ella, al rato, salió como entró: envuelta en un torbellino de pelo, falda y pañuelo. Su parecido con una jovenGrace Kelly era increíble.
La tele cobró relevancia tras el silencio que dejó la mujer del pañuelo. Los noticiarios decían: "Grace Kelly ha muerto".


En memoria de Grace Kelly (12/11/1929 – 13/08/1982)

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El verdadero Gatsby

Francis Scott Fitzgerald decía que la vida es un asunto romántico y por eso seguramente logró maravillarnos con uno de los personajes más perdedores y al mismo tiempo más triunfadores y soñadores que ha dado la literatura: Jay Gatsby. Aunque convendría, no es necesario haberse leído el el libro o haber visto la adaptación cinematográfica para entender este "relato". De hecho, es el final de la novela, pero lo he encubierto tanto que no creo que os desvele nada. Aun así, disponéis de un resumen del argumento de la novela (final incluído) escondido en spoiler bajo el link "mostrar", por si queréis leerlo para entenderlo todo. El tema del relato no es sino una especie de "fanfic" de la novela "El Gran Gatsby" cuya intención es invitar a la reflexión a la pregunta "¿Es Gatsby realmente... grande?". Formato guionizado inspirado por "La casa de Riverton" por Kate Morton. Las primeras tres escenas son enteramente suyas, aunque readaptadas a mi historia.) Y sin más, os dejo con la "película":
Mostrar
El Gran Gatsby es la historia de Jay Gatsby narrada por Nick Carraway, su vecino. Nick se siente intrigado por la vida de Gatsby tras asistir a una de sus famosas fiestas. Pronto se entera de que Gatsby está enamorado de Daisy Buchanan. Daisy es la primera de Nick, y también la esposa de Tom Buchanan. Tom Buchanan tiene una amante, Myrtle. Nick descubre que Gatsby y Daisy ya habían estado enamorados antes, pero Daisy se casó con Tom mientras Gatsby estaba en Europa durante la guerra. Tras esto, Gatsby hizo una fortuna de manera ilegal, pero suficiente para poder comprarse una causa en Long Island, al otro lado de la bahía en la que se encuentra la casa de Daisy. Todas las noches puede verse una luz verde en aquella casa. Nick consigue reunir a Gatsby y a Daisy y estos empiezan a verse en secreto con frencuencia. Pero Tom, el marido de Daisy, se acaba enterando del romance que mantienen y va en busca de Gatsby. Esta escena sucede en Manhattan: los dos discuten sobre a quién ama realmente Daisy. Daisy dice quererlos a los dos, pero decide volver a Long Island con Gatsby. Más tarde, Daisy atropella, accidentalemente, a una mujer mientras conducía el coche amarillo de Gatsby, y huye sin más. La mujer resulta ser Myrtle, la amante de Tom. El marido de Myrtle culpa a Daisy de la muerte de su mujer, pero Tom lo persuade y le dice que era el coche de Gatsby el que la había atropellado. Finalmente, el marido de Myrtle se presenta en casa de Gatsby, donde le dispara y después se dispara a sí mismo. Daisy nunca confiesa su crimen.


BORRADOR DEFINITIVO
Guión de la película.
Versión final, agosto de 1948, páginas 1 a 4

EL VERDADERO GATSBY © 1948
Autor y director: Nick Carraway.

MÚSICA: Tema nostálgico y evocador, del estilo de moda durante el periodo de entreguerras. Romántico, con un matiz inquietante.

1. EXTERIOR. ESCENA FINAL EN UN CAMINO CAMPESTRE, AL ANOCHECER
      A ambos lados del camino se extienden interminables prados verdes, como es típico en esa parte de West Egg. Son las ocho de la tarde. El sol estival, aún visible en el horizonte, se resiste a morir. Finalmente desaparece. Como un brillante escarabajo negro, un automóvil de la década de 1920 avanza velozmente por el sendero. Pasa a toda prisa entre viejos setos de zarzamoras teñidos de plata por el ocaso y coronados por ramas más altas que se arquean sobre el camino.

La brillante luz de los faros vibra mientras el automóvil se desplaza rápidamente por la superficie irregular de la calzada de arenisca. Nos acercamos poco a poco, hasta ponernos a la par. Tras el último rayo de sol, la noche cae sobre nosotros. La luna llena irrumpe tímidamente, proyectando franjas de luz blanca sobre el brillante capó negro. Echamos un vistazo al interior del automóvil; en la tenue luz distinguimos vagamente el perfil de sus ocupantes: un HOMBRE y una MUJER vestidos de fiesta. El HOMBRE va conduciendo. Las lentejuelas del traje de la mujer brillan con el resplandor de la luna. Los dos van fumando, la punta incandescente de los cigarrillos se asemeja a la luz de los faros. La MUJER ríe un comentario del HOMBRE; al echar la cabeza hacia atrás la boa de plumas deja a la vista su cuello pálido y delgado.

Llegan a una gran verja de hierro, la entrada a un túnel formado por árboles altos y oscuros. El automóvil recorre la vereda, avanzando por el umbrío y frondoso corredor. Miramos a través del parabrisas, hasta que de pronto dejamos atrás el follaje. Hemos llegado al destino. Una gran mansión de estilo californiano surge imponentemente en la colina: a lo largo de la fachada se ve una hilera de doce ventanas resplandecientes, bajo dos filas más, todas en penumbra excepto una, abierta de par en par. Las cortinas son zarandeadas levemente por la brisa. Nos acercamos a ella muy lentamente hasta distinguir de entre las telas la figura de ALGUIEN hablando por teléfono y empuñando algo parecido a… una pistola. Justo entonces nos vemos arrastrados hacia abajo. En el centro del amplio y cuidado jardín, iluminado con farolas, se erige una gran fuente de mármol ornamentada con cuerpos desnudos de ninfas, que se lanzan chorros de agua a cien pies de altura. Desde nuestra posición, observamos cómo el automóvil continúa sin nosotros, gira y se detiene en la entrada de la casa. Un joven LACAYO abre la puerta y extiende su brazo para ayudar a la mujer a bajar del coche.

SUBTÍTULO: Mansión Gatsby, West Egg, Chicago. Verano de 1925.

2. INTERIOR. SALA DE LOS CRIADOS, DE NOCHE
      La cálida y oscura sala de los sirvientes de la mansión Gatsby. En el ambiente se percibe el nerviosismo de los preparativos. Nuestra perspectiva está al nivel de los tobillos, mientras los atareados sirvientes recorren en todas direcciones el suelo de mármol gris. Como sonido de fondo se oyen las órdenes impartidas a los sirvientes –los de menor rango están siendo reprendidos– mezclándose con la música inicial y con el ruido de fondo de las botellas de champán al descorcharse. Suena el timbre llamando al personal de servicio. Todavía con la cámara a la altura del tobillo, seguimos los pasos de una CRIADA que se dirige a la escalera.

3. INTERIOR. HUECO DE LA ESCALERA, DE NOCHE
      Subimos por la tenebrosa escalera detrás de la CRIADA. Un leve tintineo nos indica que su bandeja está llena de copas de champán. A cada paso, nuestra visión va ascendiendo de los delgados tobillos a los pliegues de una falda negra, los picos del coqueto lazo blanco de su delantal, los rizos rubios que se pliegan por encima de sus hombros. Por fin podemos ver lo mismo que ella. Los sonidos de la sala de los sirvientes se desvanecen a medida que se hacen audibles la música y las risas de la fiesta. En lo alto de la escalera, la puerta se abre ante nosotros.

4.  INTERIOR. SALÓN PRINCIPAL, DE NOCHE
      La luz nos deslumbra en cuanto entramos en el gran salón de mármol. Del alto cielorraso pende una resplandeciente araña de cristal. Un MAYORDOMO abre la puerta de entrada para dar la bienvenida a los elegantes invitados que vimos llegar en automóvil. Sin embargo, no nos detenemos, cruzamos la sala hasta la parte posterior, donde están las grandes puertas de estilo francés que comunican con la TERRAZA.

5. EXTERIOR. TERRAZA, DE NOCHE
      Las puertas se abren con ímpetu. El volumen de la música y las risas van en aumento: la fiesta está en pleno apogeo. El ambiente posee el lujo propio de los felices años de la posguerra. Lentejuelas, plumas, sedas se extienden hasta donde la visión pueda abarcar. Vistosos farolillos chinos, colgados en el jardín, se mecen en la suave brisa veraniega. Una banda de jazz toca un charlestón y las mujeres bailan. Nos abrimos paso entre una multitud de rostros sonrientes, que miran en nuestra dirección mientras beben las copas de champán que la CRIADA ofrece de la bandeja: una mujer con los labios pintados de rojo que sostiene una larga y fina boquilla de cigarrillo mientras lanza con indolencia volutas de humo (JORDAN BAKER), otra de labios menos voluptuosos y cabellera rubia y pegada a un rostro dulce y aniñado (DAISY BUCHANAN), y un hombre alto y moreno ataviado con un traje ligeramente más humilde pero que luce con orgullo (NICK CARRAWAY).

Resuena un formidable ESTAMPIDO y todos miran hacia arriba: el cielo nocturno se llena de brillantes fuegos artificiales. Se oyen gritos de regocijo y aplausos. Los fuegos en espiral de las girándulas se reflejan en los rostros, la banda sigue tocando y las mujeres bailan, con pasos cada vez más rápidos. Nuestra vista se fija en una luna redonda y resplandeciente.

CORTE HACIA:

6. EXTERIOR. EL LAGO, DE NOCHE
      Continuamos mirando la misma luna, pero a medio kilómetro de la mansión. Un hombre (GEORGE WILSON) está junto a la orilla más oscura del lago Gatsby. Atrás quedan los ruidos de la fiesta. El joven mira al cielo. Nos acercamos, observamos el reflejo rojizo de los fuegos artificiales en su rostro. Aun cuando está galantemente vestido, hay algo humilde en él. O había. Su cabello castaño está despeinado y le cae sobre la frente, amenazando con ocultar los ojos oscuros que recorren enajenados el cielo nocturno. El joven baja la vista y mira más allá de donde estamos, como si tratara de descubrir a ALGUIEN oculto entre las sombras. Los ojos de GEORGE se reaniman súbitamente, pero después se dan por vencidos. Despega los labios, como si se dispusiera a hablar, pero no lo hace. Suspira.

ALGUIEN: Tú no eres Daisy. ¿Quién..? ¿Por qué me has citado aquí?

Se oye un CHASQUIDO. Bajamos la mirada. GEORGE WILSON aferra una pistola cargada en su mano. el plano se centra en recortar el contorno del cañón del arma. La levanta, fuera de escena. 

GEORGE: Por Myrtle.

La pistola dispara y se oye el peso muerto de un cuerpo que cae en el suelo fangoso. La velada musical sigue su curso.

CORTE HACIA:

7. EXTERIOR TERRAZA, DE NOCHE
      Los fuegos artificiales acaban de cesar. DAISY mira en dirección al lago, como si creyera haber escuchado algo.

DAISY: ¿Habéis oído eso?
JORDAN: ¿Y Gatsby?
NICK: Yo no he escuchado nada.
JORDAN: ¿Dónde está Gatsby? ¿Nadie le ha visto?

FUNDIDO EN NEGRO.
TÍTULO DE LA ESCENA: «EL VERDADERO GATSBY»




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En esta pestaña tenéis a vuestra disposición todos los relatos subidos al blog. Se trata de relatos cortos independientes e individuales entre sí que podéis leer siguiendo un orden absolutamente caótico. Son, por orden alfabético, los siguientes:





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Érase una chica pegada a unas letras por Andi Bitácora.



Linces bajo la lluvia


Cinco filas de caras largas se reúnen en torno a una urna enlutada. Se escuchan sollozos y, de fondo, la melodía propia de un aguacero de otoño. Un pañuelo de popelina blanca es empujado por el viento desde la mano de una mujer. Al caer al suelo comienzan a aparecer pequeños círculos de agua por toda la tela, como si tuviera la varicela. Los círculos se extienden y el pañuelo queda calado entero por la lluvia.
Es imposible ver el ataúd desde las últimas filas; cuantiosos vestidos de tafetán con diferentes matices de negro impiden hacerlo. A pesar de la homogeneidad del cortejo fúnebre, una dama ataviada con la misma prenda, consigue destacar de entre los insípidos asistentes. Se trata del rostro lechoso de Monette, casi traslucido por el contraste entre la tela negra y su piel. Monette acababa de perder a su madre, hacía apenas veinticuatro horas. Nadie sabe cómo, todos se preguntan por qué, y la policía sólo da como respuestas un puñado de quizás…
Una mujer con la cara desfigurada por el llanto y la pena abraza repentinamente a Monette y comienza a sollozar desaforadamente, humedeciéndole la hombrera de la chaquetilla. Es su hermana menor, Chantal.

Monette y Chantal son las dos únicas hijas de Cécile Chanelle, querida por todos. Amada por esa melodía que hacía su risa al sonar, por el vaivén de sus caderas al andar, por su maña para tejer vestidos de libélula… El alma de Cécile era joven, aunque llevara ya medio siglo brindando sonrisas de niña a las gaviotas del puerto D’acorge, a las afueras de Lorena. Olía a azucenas recién cortadas y poseía una delicadeza entrañable acompañada de amabilidad sincera. Si no estaba tricotando un par de calcetines para Lisbeta, la quinta hija del matrimonio Cézanne, se encontraba alimentado a las gavinas de la bahía o llevando un puche de habas a la puerta de Monsieur Berlioz (quien fue una vez un acaudalado caballero que, de la noche a la mañana, perdió todo lo que tenía por una caída de la Bolsa). Cécile incluso había intervenido como comadrona en el inesperado parto de los Moreau. En resumidas cuentas, la señora Chanelle se había convertido desde que se estableció en este pueblecillo costero de Lorena, en una mujer laureada por todo el vecindario.

Y sin embargo, Monette ni si quiera se estremece al recibir los mimos de su hermana Chantal. Mantiene la mirada clavada en la madera del ataúd de su madre mientras cuenta con los dedos de una mano los segundos que lleva sumergiéndose en la arena, mientras el párroco guarda un silencio únicamente perturbado por los gemidos desesperanzadores de Chantal y por los engranajes de una máquina que, con un sordo clac-clac-clac, arrastra el cadáver maquillado de Cécile hasta las profundidades embarradas de su nuevo y claustrofóbico hogar.

Las personas más allegadas a la fallecida comienzan ya a formar cola tras Chantal. Pala por pala, van arrojando sobre el agujero dónde se pudrirá el esqueleto de Cécile, las primeras motas de arena que arroparán su eterno sueño. Monette no comprende por qué las manos de su hermana no dejan de convulsionar, enrojecidas por el frío y la lluvia. Ella, en cambio, permanece escalofriantemente inmóvil, contemplando cómo los demás exteriorizan su dolor para, paso a paso, reproducir esos mismos gestos en su cara y en su delicado cuerpo. Así nadie se percata de que no siente nada, de que donde los humanos tienen el corazón Monette esconde un témpano de hielo cardio-disfrazado.

Entre puñado y puñado de tierra, se fija en un hombre. Está clavando su pala en un montoncito de arena parda de una forma tan viril y a la vez tan desalentadora, que causa un temblor en las árticas entrañas de Monette. No le había visto nunca antes, pero tampoco a la mayoría de las personas que habían acudido al funeral de su difunta madre. Porque, así como Cécile era de sobra reconocida por todos, Monette se guardaba de pasar desapercibida... Aunque sus largas piernas, sus ojos afilados y su cabello de leona se empeñaran en ponérselo difícil. Para resumir los caracteres de las dos mujeres, Cécile solía decir que no tenía dos hijas, sino dos linces. Uno africano (Chantal) y el otro boreal (Monette). Una hija de invierno y otra de verano.

Acabada la ceremonia, Monette se arregla el oscuro maquillaje de los ojos con sus dedos finos (borrado éste por culpa de un suspiro de lágrimas fingidas), y vuelve a lucir esa mirada felina de lince ártico que posee. Se dirige hacia su presa, convencida de que no es más que un trozo de carne al que no va a dejar escapar. Además, el añadido de estar en el funeral de mamá Chanelle era algo que aportaba una morbosa pizca de sadismo a la caza, motor de los engranajes del cerebro de Monette.

No hicieron falta ni dos segundos para que el misterioso desconocido quedara sin habla por el roce de las pestañas estratosféricas de Monette contra su mejilla.
─¿Quién…? ─Acierta a susurrar.
─Mi nombre es Monette. Lo demás no importa.

El hombre siente una punzada salada en el abdomen, provocada por una bandada de mariposas forjadas en alfileres. Estas polillas metalizadas aletearon de nuevo contra su estómago nada más escuchar el rugido de aquella improvisada leona.
─¿Eres siempre tan determinada?
─Como una línea recta…

Con relativa facilidad y con una rapidez pasmosa, los dos quedan prendados por el atractivo del que tienen enfrente e inician una conversación, un baile de sonidos melodiosos como eran las voces de ambos.
─¿Volveremos a vernos?  ─Le dice, al final, él a ella.
─Las paralelas acabarán por encontrarse... ─sonríe Monette. Y tras despedirse del hombre con un guiño y marcharse del mausoleo, se topa contra el destino: ha olvidado pedirle el número de teléfono a su tierno desconocido.

***

Al amanecer del día siguiente al entierro de Cécile, Chantal halla su ocaso. Su cuerpo inerte y blanquecino yace en el suelo de la cocina. Raro ataúd de baldosas amarillas, para tan bella niña.
─Qué extraño, nadie ha forzado la cerradura de la puerta… ─apunta el curtido inspector de policía. Junto a él y el cadáver de Chantal se encuentra su compañera de aventuras maquiavélicas, la señorita Bourdoi.
─Sin embargo, las laceraciones de las uñas indican que intentó defenderse ─ésta completa la frase del inspector policial.

Tras recabar la información pertinente del cuerpo, ambos intercambian miradas y fruncen el ceño sin poder determinar algo más que el saber que así fue, que Chantal intentó defenderse con uñas y dientes. Que se aferró a la vida como su madre la había enseñado.

Tan sólo unas horas antes, la Gendarmería francesa había acudido al piso tan pronto como Monette llamó por teléfono. Al llegar les había contado lo sucedido entre mares de lágrimas: cómo había entrado al pisito de su hermana con la intención de desempolvar el cofre de recuerdos, de inmortalizar viejos soplos de tiempo y de, en fin, avivar la llama de una infancia juntas, allí, en la campiña… Cuando las dos recorrían los prados, jurándose la una a la otra que harían cualquier cosa por casarse con su Príncipe Azul.

Monette había caído en la cuenta de que el suyo iba de negro, pero eso poco la importó cuando entró en la casa de su hermana y la abrió en canal.
─Cualquier cosa ─murmuró mientras marcaba el número de la Gendarmería.

Mientras, Chantal permanecía tendida en el suelo, con la boca amoratada y entreabierta, como si antes de morir hubiese besado a alguien y la hubiera bebido el alma. La piel alrededor de las puñaladas comenzaba a tornarse cárdena. Tenía los miembros entumecidos y mantenía la mirada perdida, grisácea y reseca al no poder pestañear. Parecía que los ojos intentaran salírsele de las cuencas.

─¿Hola? ¿Con la Policía? Dios, tienen que venir corriendo… Alguien ha... Ha... Asaltado a mi hermana. ─había jadeado Monette sobre el auricular, a la par que clavaba el tacón de su botín en el brazo mortecino de Chantal.

Apenas unos minutos después habían llegado el investigador policial y su compañera de homicidios. Y ahora, una vez recabada la información pertinente sobre la escena del crimen, el inspector y Bourdoi salen por la puerta de la casa. A Monette la trasladarían más tarde a comisaría, para las preguntas rutinarias. Peo había algo en esa mujer que inquietaba a Bordoi. Y más cuando al salir de la casa le pareció oír que mascullaba algo. Algo parecido a un “Cualquier cosa”.

***

Un par de días más tarde otro funeral tuvo lugar, el de la menor de las Chanelle, Chantal. La gente estaba acongojada. La escena se repetía: de nuevo cinco filas de caras largas se reúnen en torno a una urna enlutada. Se vuelven a escuchan sollozos y, de fondo, la melodía propia de un aguacero de otoño. Otro pañuelo de popelina blanca es empujado por el viento desde la mano de una mujer. Por segunda vez, es imposible ver el ataúd desde las últimas filas porque cuantiosos vestidos de tafetán con diferentes matices de negro impiden hacerlo. Y, a pesar de la homogeneidad del cortejo fúnebre, una dama consigue destacar de entre los insípidos asistentes. Nuevamente se trata del rostro de Monette, que acababa de perder a su hermana hacía apenas veinticuatro horas. Nadie sabe cómo, todos se preguntan por qué, y la policía sólo da como respuestas un puñado de quizás…

Llegado el momento, un hombre trajeado con los colores de la noche agarra una pala, y con las pocas fuerzas que le quedan, derrama un poco de arena sobre el impenetrable ataúd de Chantal. Concluida la ceremonia un escalofrío recorre la nuca de él. Se vuelve y la ve entre los árboles, con un ramo de gardenias azules entre las manos y un vestido de viuda negra; mirándole. Es Monette. En silencio, la dama se dirige hacia su presa con sus andares de pantera.
─Te dije que volveríamos a encontrarnos... ─susurra.

  
         ¡Felicidades, Andi! Este relato es sólo para ti. Seguro que esto no te lo esperabas. O sí. Sea como sea, sonríe, ya eres una veinteañera de esas de las que hablan en las novelas. El relato no estaba del todo pulido, pero no podía dejarlo para otro día. Tenía que ser hoy, y tenía que ser para Andi. A los demás, como podéis comprobar he vuelto definitivamente, y abro con este relato de género un poco complicado de encuadrar... Es algo nuevo en mí escribir sobre psicópatas, espero vuestros comentarios. (¡Sí! YA SE PUEDE COMENTAR) ¡Gracias por leer!



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"Lunares en las costillas" de L.C. Liébana,
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Asiento Trasero



Anita, la muy sexy hija de puta. Una de las mujeres más increíbles del mundo. La cosa fue yendo a más poco a poco en Courtfield Road. En ocasiones a Brian se le apagaba la luz de pronto y caía redondo: Anita y yo nos mirábamos. {...}  La verdad era que yo miraba a Anita, y miraba a Brian, y la miraba otra vez a ella y pensaba: no hay nada que pueda hacer para evitarlo, al final voy a tener que estar con esta tía. {...}
Nunca en mi vida he dado el primer paso para enrollarme con una mujer, simplemente no sé cómo hacerlo, mi instinto es dejarle hacer a ella, lo que no deja de ser bastante raro, pero es que soy incapaz de salir con frases del tipo «¿qué pasa, nena, cómo va eso?, ¿qué, echamos uno?» y todo ese rollo. Me quedo sin palabras. {...}  Alguien tiene que hacer algo. O pillas el mensaje o no lo pillas, pero yo nunca he sido capaz de dar el primer paso. Si están interesadas, moverán ficha. Por lo menos en mi experiencia ha sido así.
 Así que Anita movió ficha. Yo no podía entrarle a la chica de mi amigo, incluso a pesar de que éste se hubiera convertido en un perfecto cretino (con Anita también). El sir Galahad que llevo dentro me lo impide. Anita además era muy guapa, cada vez estábamos más unidos y de repente, sin la supervisión de su chico, fue la que tuvo los huevos de decir "¡al carajo todo!". En el asiento trasero de aquel Bentley, en algún lugar entre Barcelona y Valencia, Anita y yo nos miramos: la presión era tan bestial que sin previo aviso se puso a hacerme una mamada. La presión se disipó (¡puf!) y de repente estábamos juntos. No se suele hablar mucho cuando ocurre algo asi; sin necesidad de decir nada lo notas, sientes una sensación de inmenso alivio porque ha llegado por fín el desenlace. {...} Nos pasamos una semana dando vueltas por la casba, echando polvos y poco más; estábamos cachondos todo el rato, cierto, pero también nos andábamos preguntando como íbamos a manejar toda esa situación.

- Fragmento de las memorias de Keith Richards.